El nombre de las proteínas procede del
griego "proteios" = primario, y hace alusión al dios griego Proteo,
hijo del Océano y guardián de los rebaños de focas de Posidón. Proteo tenía el
don de la profecía, e iban a consultarlo todos los que querían saber el futuro;
pero antes de emitir sus dichos había que apoderarse de él y sujetarlo, cosa
nada fácil, porque Proteo adoptaba las formas más diversas y caprichosas: un
dragón, un león o cualquier otro animal.
Sólo cuando los visitantes no tenían
miedo, Proteo se convertía en sí mismo y escrutaba para ellos el porvenir.
La importancia de las proteínas ya fue
sospechada por los investigadores en 1839. Esta denominación fue casi profética
ya que, a partir de esta fecha, los investigadores han ido revelando que las
proteínas están dotadas de múltiples formas y funciones distintas (como Proteo)
y están implicadas en todos los procesos metabólicos de las células.
El
poeta argentino Jorge Luis Borges dedica un soneto a Proteo:
Antes
que los remeros de Odiseo
fatigaran
el mar rojo como el vino
las
inasibles formas adivino
de
aquel dios cuyo nombre fue Proteo.
Pastor
de los rebaños de los mares
prefería
ocultar lo que sabía
y
entretejer oráculos dispares.
Urgido
por las gentes asumía
la
forma de un león o de una hoguera
o
de árbol que da sombra a la ribera
o
de agua que en el agua se perdía.
De
Proteo el egipcio no te asombres,
tú,
que eres uno y eres muchos hombres.
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