domingo, 8 de abril de 2018

La Regenta. Crítica y comentario de Kamel Ghanemi, 4º B


    Recuerdo perfectamente el primer contacto que tuve con La Regenta, en clase, cuando estudiábamos el Realismo. Concretamente, estábamos leyendo uno de los fragmentos más cercanos al final, en el que tanto el Magistral como la Regenta movían fichas en su partida de ajedrez, quedando el primero en una posición muy cercana al jaque mate. Vagamente entendí el texto, y lo achaqué a su situación, a la escasa información contextual, y recuerdo decirle a mi buen amigo Iván: Esta obra no me gusta nada.
        Por eso mismo, frustrado por no entender lo leído, al llegar a casa no se me ocurrió otra cosa que atacar de manera directa el problema: decidí descargar el libro y leerlo, para comprobar empíricamente que no lo entendía. Evidentemente, quedé fascinado, incluso deslumbrado por la maestría de Clarín, y la novela me mantuvo enganchado durante todo el tiempo que tardé en vivirla.

       Pasé, en apenas cien páginas, de ver a Clarín como un continuista de la literatura del siglo XVIII (por alguna razón probablemente errónea, esa época no me parece demasiado buena en el campo literario) a considerarle un Dostoievski a la española. Y es así, ese es el término que acuñé. Clarín describe con la máxima exactitud los comportamientos humanos, la psicología entre ellos, pero ojo, no lo hace de cualquier sociedad, sino explícitamente de la española, y a la vista saltan las interminables peculiaridades de los ibéricos en sociedad, sobre todo la de su época. Los viles y miserables aristócratas, con sus espíritus viciosos y ruines, similares a los clericales, que con actitudes anticristianas dicen ser la voz de Dios sobre la Tierra, las injusticias, las calumnias, los problemas…todo, todo en la obra de Clarín forma parte de una grandiosa construcción.
¿Y cómo consigue describirla ladrillo por ladrillo, haciendo parón e hincapié en la mugre que rodea a cada uno? Viendo cómo estos afectan a un ladrillo puro, virginal, al único ladrillo de arcilla limpia y en buenas formas: la Regenta. Intenté mantenerme objetivo durante toda la lectura, pero es imposible, completamente imposible, mostrarse pasivo en opinión ante las múltiples desgracias que acontecen (muchas veces como consecuencia de acciones de los viles vetustenses) a Ana Ozores. Es triste, muy triste, terminar viendo que sólo le queda la opción de adaptarse, de mezclarse con tan innobles seres, de revolcarse en su pocilga de apariencias, secretos, traiciones y mentiras con tal de sobrevivir, para evitar permanecer sola.
        Eso, eso es lo que la mueve: la soledad. La ausencia de madre en Ana, la ausencia de su padre durante buena parte de su infancia, el maltrato de la aya doña Camila: todo se compacta para formar la compleja personalidad de la Regenta, pero en especial lo hace el primer hecho. Ana, como se expresa en el libro, intenta buscar en Germán la compañía, el cariño que su madre debía haberle dado incondicionalmente, el amor puro materno. Y esto ocurre, no sólo con Germán, sino también lo intenta con el ente divino, a través de obras en verso (al comienzo) o prosa, ganándose en la juventud la espina social de ser llamada literata peyorativamente. Además, como fin último, es muy visible en su relación con don Víctor, por el cual no siente deseo sexual alguno, no es un matrimonio físico, ni siquiera un noviazgo metafísico (como el que mantiene con el Magistral sin saberlo), es un intento de satisfacción de  carencias afectivas acumuladas, ya bien sea, principalmente, su madre, y en otras medidas, su padre, o incluso la búsqueda de crear otro ser al que amar, con el que interpretar el papel de madre (durante sus ataques de nervios, especialmente, si no recuerdo mal, en el primero, plantea a Quintanar la idea de tener un hijo juntos).
        Por ello cae en las manos del Magistral y en las de Mesía, por su vacío, su doble vacío afectivo, tanto de cariño como de contacto. En el Magistral es donde menos visible se encuentra, porque a fin de cuentas, es un amor espiritual, y como se sabe, tiende a ser menos efectivo, directo, complaciente y bruto que el físico, que es el que termina manteniendo con Álvaro, después de haber intentado luchar por la supervivencia de su amor piadoso con don Fermín.
        Ello es, además, uno de los hechos en los que encuentro paralelismo con Dostoievski, en su obra Crimen y castigo. En ella, Sonia, la hija prostituida de Marméladov (si no me equivoco), siente un fuerte amor piadoso, de caridad, de lástima hacia Raskólnikov, que se arrodilla ante ella, perseguido por la justicia y por su propia conciencia, viendo en Sonia la pureza del alma, la virtud, pese al degradante y mundano trabajo que ha tenido que tomar a la fuerza, de hecho, para poder mantener a su desgraciada familia, siendo esto símbolo de su buen alma. Evidentemente, la Regenta no es igual, en términos sociales y puramente físicos, que Sonia, pero sus acciones con respecto a los dos varones mencionados (Raskólnikov y de Pas) son bastante similares, pues ambas se basan en la misericordia, en la piedad cristiana, y sienten amor místico, espiritual, por sus respectivos. En esto, además, existe otra diferencia, que es que la Regenta no puede transmutar su amor al campo tangible en el caso del Magistral por su condición de sacerdote, y por ello lo hace con don Álvaro.
        En resumen, La Regenta merece de mi parte una opinión más que placentera, de admiración por la magistral habilidad de Clarín tanto para la descripción psicológica y de entramados en su construcción de la Vetusta social, como para la descripción más puramente física, teniendo  un control de esta digno de aplauso.
        En la edición que he leído, al comienzo, la introducción es presentada por el mismísimo Benito Pérez Galdós, y en ella él afirma –mucho antes que yo, por supuesto– todo lo que yo digo en esta corta opinión. De hecho, tengo en mente una parte de tal preludio, en la que Galdós ensalza lo adictivo de la obra, cosa en la que sin duda alguna concuerdo con él.