Recuerdo perfectamente el primer
contacto que tuve con La Regenta, en clase, cuando estudiábamos el Realismo.
Concretamente, estábamos leyendo uno de los fragmentos más cercanos al final,
en el que tanto el Magistral como la Regenta movían fichas en su partida de
ajedrez, quedando el primero en una posición muy cercana al jaque mate.
Vagamente entendí el texto, y lo achaqué a su situación, a la escasa
información contextual, y recuerdo decirle a mi buen amigo Iván: Esta
obra no me gusta nada.
Por eso mismo, frustrado por no
entender lo leído, al llegar a casa no se me ocurrió otra cosa que atacar de
manera directa el problema: decidí descargar el libro y leerlo, para comprobar
empíricamente que no lo entendía. Evidentemente, quedé fascinado, incluso
deslumbrado por la maestría de Clarín, y la novela me mantuvo enganchado
durante todo el tiempo que tardé en vivirla.
Pasé, en apenas cien páginas, de
ver a Clarín como un continuista de la literatura del siglo XVIII (por alguna
razón probablemente errónea, esa época no me parece demasiado buena en el campo
literario) a considerarle un Dostoievski a la española. Y es así, ese es el
término que acuñé. Clarín describe con la máxima exactitud los comportamientos
humanos, la psicología entre ellos, pero ojo, no lo hace de cualquier sociedad,
sino explícitamente de la española, y a la vista saltan las interminables
peculiaridades de los ibéricos en sociedad, sobre todo la de su época. Los
viles y miserables aristócratas, con sus espíritus viciosos y ruines, similares
a los clericales, que con actitudes anticristianas dicen ser la voz de Dios
sobre la Tierra, las injusticias, las calumnias, los problemas…todo, todo en la
obra de Clarín forma parte de una grandiosa construcción.
¿Y cómo consigue describirla ladrillo
por ladrillo, haciendo parón e hincapié en la mugre que rodea a cada uno?
Viendo cómo estos afectan a un ladrillo puro, virginal, al único ladrillo de
arcilla limpia y en buenas formas: la Regenta. Intenté mantenerme objetivo
durante toda la lectura, pero es imposible, completamente imposible, mostrarse
pasivo en opinión ante las múltiples desgracias que acontecen (muchas veces
como consecuencia de acciones de los viles vetustenses) a Ana Ozores. Es
triste, muy triste, terminar viendo que sólo le queda la opción de adaptarse,
de mezclarse con tan innobles seres, de revolcarse en su pocilga de
apariencias, secretos, traiciones y mentiras con tal de sobrevivir, para evitar
permanecer sola.
Eso, eso es lo que la mueve: la
soledad. La ausencia de madre en Ana, la ausencia de su padre durante buena
parte de su infancia, el maltrato de la aya doña Camila: todo se compacta para
formar la compleja personalidad de la Regenta, pero en especial lo hace el
primer hecho. Ana, como se expresa en el libro, intenta buscar en Germán la
compañía, el cariño que su madre debía haberle dado incondicionalmente, el amor
puro materno. Y esto ocurre, no sólo con Germán, sino también lo intenta con el
ente divino, a través de obras en verso (al comienzo) o prosa, ganándose en la
juventud la espina social de ser llamada literata peyorativamente. Además, como
fin último, es muy visible en su relación con don Víctor, por el cual no siente
deseo sexual alguno, no es un matrimonio físico, ni siquiera un noviazgo
metafísico (como el que mantiene con el Magistral sin saberlo), es un intento
de satisfacción de carencias afectivas
acumuladas, ya bien sea, principalmente, su madre, y en otras medidas, su
padre, o incluso la búsqueda de crear otro ser al que amar, con el que
interpretar el papel de madre (durante sus ataques de nervios, especialmente,
si no recuerdo mal, en el primero, plantea a Quintanar la idea de tener un hijo
juntos).
Por ello cae en las manos del
Magistral y en las de Mesía, por su vacío, su doble vacío afectivo, tanto de
cariño como de contacto. En el Magistral es donde menos visible se encuentra,
porque a fin de cuentas, es un amor espiritual, y como se sabe, tiende a ser
menos efectivo, directo, complaciente y bruto que el físico, que es el que
termina manteniendo con Álvaro, después de haber intentado luchar por la
supervivencia de su amor piadoso con don Fermín.
Ello es, además, uno de los
hechos en los que encuentro paralelismo con Dostoievski, en su obra Crimen y
castigo. En ella, Sonia, la hija prostituida de Marméladov (si no me equivoco),
siente un fuerte amor piadoso, de caridad, de lástima hacia Raskólnikov, que se
arrodilla ante ella, perseguido por la justicia y por su propia conciencia,
viendo en Sonia la pureza del alma, la virtud, pese al degradante y mundano
trabajo que ha tenido que tomar a la fuerza, de hecho, para poder mantener a su
desgraciada familia, siendo esto símbolo de su buen alma. Evidentemente, la
Regenta no es igual, en términos sociales y puramente físicos, que Sonia, pero
sus acciones con respecto a los dos varones mencionados (Raskólnikov y de Pas)
son bastante similares, pues ambas se basan en la misericordia, en la piedad
cristiana, y sienten amor místico, espiritual, por sus respectivos. En esto,
además, existe otra diferencia, que es que la Regenta no puede transmutar su
amor al campo tangible en el caso del Magistral por su condición de sacerdote,
y por ello lo hace con don Álvaro.
En resumen, La Regenta merece de
mi parte una opinión más que placentera, de admiración por la magistral
habilidad de Clarín tanto para la descripción psicológica y de entramados en su
construcción de la Vetusta social, como para la descripción más puramente
física, teniendo un control de esta
digno de aplauso.
En la edición que he leído, al
comienzo, la introducción es presentada por el mismísimo Benito Pérez Galdós, y
en ella él afirma –mucho antes que yo, por supuesto– todo lo que yo digo en
esta corta opinión. De hecho, tengo en mente una parte de tal preludio, en la
que Galdós ensalza lo adictivo de la obra, cosa en la que sin duda alguna
concuerdo con él.
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