Mishima es un autor que se ha ganado mi mayor
admiración activamente, dentro de la pasividad que hay en la inexistencia de la
muerte. Cada vez que pienso en su figura, no puedo evitar sentir el máximo
respeto posible. Tanto su actividad literaria como su vida personal, incluyendo
su ideología, me llaman la atención de una manera impresionante, quizás por las
concordancias que encuentro entre nuestras maneras de pensar (que no en la
escritura, pues evidentemente él me supera en una escala divina). En resumen,
Yukio Mishima es para mí un ejemplo a seguir en la mayoría de aspectos.
Uno de los aspectos más característicos
del libro y del propio autor es su afición a la muerte, su intento de asociarse
con ella, de alcanzarla por cualquier medio posible. Para Koo-chan, la muerte
es el remedio a su inversión, es el fin de todo aquel sufrimiento, la
terminación del perpetuo pecado en el que vive desde su nacimiento. Además de
su significado más puro, que es el de la inexistencia, la muerte en Koo-chan
contiene también definiciones relacionadas con la sexualidad más bestial y la
fantasía sádica. Morir o provocar la muerte se convierte, además den en una
solución, en un placer.
Poniendo como natural y regular la
heterosexualidad y la vida, la homosexualidad y la muerte son los polos
opuestos, e incluso Koo-chan llega a encontrarse en algún momento en el punto
medio entre ambas, cuando realmente su propio ser le está pidiendo que sea
normal. Con esto me refiero al amor que siente por Sonoko, amor que para nada
es sexual y que, además, tampoco existe de por sí; es una ilusión, un reflejo
que su cerebro crea para intentar encaminarle hacia lo que él piensa que es
correcto. Parecido a intentar coger la carretera correcta, pero sin coche ni
extremidades para arrastrarse.
Koo-chan es estéril con respecto a la
vida, porque si bien siente ciertos deseos explícitamente carnales, tampoco es
capaz de cumplirlos, y eso le hace sentirse completamente amputado de la
actividad de vivir. La muerte, entonces, se aúna con su homosexualidad, y ambos
representan lo que a él le gustaría realmente tener, lo que desea sobre todo lo
demás alcanzar (especialmente en cuanto a su pasión sexual, pues es hombre).
Ante la negativa de obtener alguna de las dos cosas, lo “correcto” se le
presenta como un camino que quizás podría escoger, por mucho que en un
principio supiese que no podría caminar en él, como alternativa al hastío y la dolorosa
y sangrienta incertidumbre de lo otro.
Mishima/Koo-chan ve a la muerte como el
fin de los pesares, pero la ve con serenidad, como un ritual verdadero y súbito
capaz de dar oxígeno a los pulmones, algo similar a ser sordo y de repente oír.
Él siente gran admiración con trasfondo sexual, yo la siento por la inmensa
fuerza de voluntad necesaria para dejar de vivir.
Su suicidio ritual acumula una buena
parte del porcentaje de mi admiración por Mishima, por el epicureísmo autóctono
japonés ante la muerte, por el rechazo a una vida pérfida y endeble.
El sadismo de Mishima, como ya he dicho
antes, se me presenta construido sobre el deseo sexual, aunque ello no me hace
verlo menos artístico. Tal y como el dolor inspira el arte en muchas ocasiones,
la muerte o las escenas cercanas a ella también sirven de gran inspiración para
transmitir, a fin de cuentas, cierto mensaje reflexivo. Creo que Yukio Mishima fue
un gran maestro de la vida y de la muerte, y dentro de esta última, sus dotes
para la descripción del horror, del mal y de la sangre, me parecen excelentes,
algo similares a las de Lorca por la navaja en Bodas de sangre.
La máscara encierra varios aspectos
personales de Koo-chan: su homosexualidad, su sadismo y su debilidad mental,
relacionada esta última con la primera. Todos, a su vez, originados
naturalmente por el hecho de ser enfermizo, enclenque y haberse visto obligado
a un aislamiento promulgado por los escalones más superiores de la jerarquía
familiar. Por estas razones, la forja de una máscara es lo más obvio: debo dar
la imagen que se espera de mí, no la que soy.
La máscara de Koo-chan es algo de lo que
obligatoriamente debo hablar, y me parece bien hacerlo pues conozco desde la
experiencia en qué consiste tal comportamiento.
La máscara de Koo-chan no es sólo propia
de su época coetánea, también se aplicaría al día de hoy. Porque
Koo-chan/Mishima no quiere llamar la atención, no quiere esas exclamaciones de
adulación u odio para generar reacciones que sus padres no le dieron de pequeño
(como en la actualidad), no, Koo-chan es así, es real y verdadero, y por ello
mismo se taparía el rostro con la máscara, porque sabe que su puro ser no debe
salir a la luz.
Guau. Me quedo sin palabras.
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