domingo, 11 de marzo de 2018

Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima. Kamel Ghanemi, 4º ESO B


        Mishima es un autor que se ha ganado mi mayor admiración activamente, dentro de la pasividad que hay en la inexistencia de la muerte. Cada vez que pienso en su figura, no puedo evitar sentir el máximo respeto posible. Tanto su actividad literaria como su vida personal, incluyendo su ideología, me llaman la atención de una manera impresionante, quizás por las concordancias que encuentro entre nuestras maneras de pensar (que no en la escritura, pues evidentemente él me supera en una escala divina). En resumen, Yukio Mishima es para mí un ejemplo a seguir en la mayoría de aspectos. 
       Uno de los aspectos más característicos del libro y del propio autor es su afición a la muerte, su intento de asociarse con ella, de alcanzarla por cualquier medio posible. Para Koo-chan, la muerte es el remedio a su inversión, es el fin de todo aquel sufrimiento, la terminación del perpetuo pecado en el que vive desde su nacimiento. Además de su significado más puro, que es el de la inexistencia, la muerte en Koo-chan contiene también definiciones relacionadas con la sexualidad más bestial y la fantasía sádica. Morir o provocar la muerte se convierte, además den en una solución, en un placer. 
Poniendo como natural y regular la heterosexualidad y la vida, la homosexualidad y la muerte son los polos opuestos, e incluso Koo-chan llega a encontrarse en algún momento en el punto medio entre ambas, cuando realmente su propio ser le está pidiendo que sea normal. Con esto me refiero al amor que siente por Sonoko, amor que para nada es sexual y que, además, tampoco existe de por sí; es una ilusión, un reflejo que su cerebro crea para intentar encaminarle hacia lo que él piensa que es correcto. Parecido a intentar coger la carretera correcta, pero sin coche ni extremidades para arrastrarse. 
      Koo-chan es estéril con respecto a la vida, porque si bien siente ciertos deseos explícitamente carnales, tampoco es capaz de cumplirlos, y eso le hace sentirse completamente amputado de la actividad de vivir. La muerte, entonces, se aúna con su homosexualidad, y ambos representan lo que a él le gustaría realmente tener, lo que desea sobre todo lo demás alcanzar (especialmente en cuanto a su pasión sexual, pues es hombre). Ante la negativa de obtener alguna de las dos cosas, lo “correcto” se le presenta como un camino que quizás podría escoger, por mucho que en un principio supiese que no podría caminar en él, como alternativa al hastío y la dolorosa y sangrienta incertidumbre de lo otro.
Mishima/Koo-chan ve a la muerte como el fin de los pesares, pero la ve con serenidad, como un ritual verdadero y súbito capaz de dar oxígeno a los pulmones, algo similar a ser sordo y de repente oír. Él siente gran admiración con trasfondo sexual, yo la siento por la inmensa fuerza de voluntad necesaria para dejar de vivir.

       Su suicidio ritual acumula una buena parte del porcentaje de mi admiración por Mishima, por el epicureísmo autóctono japonés ante la muerte, por el rechazo a una vida pérfida y endeble.
       El sadismo de Mishima, como ya he dicho antes, se me presenta construido sobre el deseo sexual, aunque ello no me hace verlo menos artístico. Tal y como el dolor inspira el arte en muchas ocasiones, la muerte o las escenas cercanas a ella también sirven de gran inspiración para transmitir, a fin de cuentas, cierto mensaje reflexivo. Creo que Yukio Mishima fue un gran maestro de la vida y de la muerte, y dentro de esta última, sus dotes para la descripción del horror, del mal y de la sangre, me parecen excelentes, algo similares a las de Lorca por la navaja en Bodas de sangre.
    La máscara encierra varios aspectos personales de Koo-chan: su homosexualidad, su sadismo y su debilidad mental, relacionada esta última con la primera. Todos, a su vez, originados naturalmente por el hecho de ser enfermizo, enclenque y haberse visto obligado a un aislamiento promulgado por los escalones más superiores de la jerarquía familiar. Por estas razones, la forja de una máscara es lo más obvio: debo dar la imagen que se espera de mí, no la que soy.
       La máscara de Koo-chan es algo de lo que obligatoriamente debo hablar, y me parece bien hacerlo pues conozco desde la experiencia en qué consiste tal comportamiento.
        La máscara de Koo-chan no es sólo propia de su época coetánea, también se aplicaría al día de hoy. Porque Koo-chan/Mishima no quiere llamar la atención, no quiere esas exclamaciones de adulación u odio para generar reacciones que sus padres no le dieron de pequeño (como en la actualidad), no, Koo-chan es así, es real y verdadero, y por ello mismo se taparía el rostro con la máscara, porque sabe que su puro ser no debe salir a la luz.




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